jueves, 4 de agosto de 2011

Sam el gato parte 2

Cuando llegamos al hospital Sam estaba muy emocionado. Entramos por la puerta principal y nos dirigimos hacia la recepción; al ver que no había nadie atendiendo el puesto, me adentré en los pasillos con el gato en m brazos y seguí caminando hasta que me topé con una enfermera que me  regañó severamente.

- Jovencito, no puede introducir animales a este edificio.

- No lo sabia señora, pero este gatito quiere ver a su ama, ¿ podría hacer una excepción esta vez?- pregunté ingenuamente.
Ni tarda ni perezosa la enfermera me tomó del brazo y me escoltó a la salida. Cuando estuvimos afuera me sentí muy mal por mi amiguito, pero me preocupaba más la señora Esther, así que decidí ir a dejar al gatito en casa de mi abuela. Ella también se encontraba muy preocupada por su vieja amiga, pero estaba muy atareada ese día y no pudo acompañarme al hospital.

Conociendo bien a Sam, lo encerré en el estudio que era de mi abuelo el cual mi abuela tenia impecable desde que él murió y del que era casi imposible escapar, al menos para una pequeña criatura sin pulgares.  Entonces salí de la casa y me dirigí apresuradamente hacia el hospital, pero no me di cuenta de que había unos pequeños ojitos azules observando cada uno de mis movimientos. Obviamente, era Sam el que me seguía y yo quedé asombrado porque no podía creer que hubiera podido salir del estudio de mi abuelo, para mí eso era inconcebible y entoces lo supe: había un tragaluz en la parte más alta del muro trasero, el cual no había cerrado porque siempre estaba oculto por una cortina extraña que siempre me pareció de mal gusto pero que a mi abuelita le gustaba mucho.

 Aun sabiendo por donde había escapado Sam, lo que realmente me asombraba era cómo pudo el pequeño gato alcanzar un punto tan alto. Ese pensamiento cruzaba por mi mente mientras observaba al minino y entonces me di cuenta de una especie de súplica que me transmitía con la mirada, rogándome silenciosamente que lo llevara conmigo. Ver a un gato ser tan apegado con su antiguo amo es una cosa muy rara y esa era una de las cosas que hacían de Sam un amigo tan especial.

No pude negarme a llevarlo al ver esa mirada llena de tristeza y al mismo tiempo de una extraña esperanza, así que lo llamé con una señal para que se acercara a mí El pequeño animal se agazapó sobre mis hombros con el equilibrio natural de todos los felinos y ronroneó casi todo el camino hacia el hospital.

En esos minutos de trayecto me pareció ver que los ojos de Sam brillaban de alegría; nunca había visto a un gato tan feliz como él en ese instante. Cuando llegamos a las puertas del hospital el pequeñín se dirigió corriendo hacia un árbol muy alto que se encontraba frente al ala este del hospital y comenzó a trepar rápidamente.
Al levantar la vista me di cuenta de que la señora Esther se asomaba por una ventana del último piso y no sé porqué, en mí surgió un sentimiento de gran alegría al saber que conocía a una mascota tan fiel como Sam. Me dirigí a toda prisa hacia la recepción, le pregunté a la encargada el número de habitación de Esther y luego comencé a correr hacia el ala este del edificio. Cuando llegué al cuarto donde la ancianita estaba internada, observé cómo la amiga de mi abuela acariciaba a Sam y comencé a darme cuenta de que las emociones de los animales son realmente muy parecidas a las de las personas. Esther se veía débil y agotada pero a la vez muy feliz de ver a su gato.En cuanto me vio me saludó muy amablemente y de pronto senti su alegria contagiosa en el aire a pesar de su dolorosa enfermedad.

Después de platicar un par de horas con la dulce viejita, regresé a casa de mi abuela acompañado por Sam, que estaba agazapado graciosamente sobre mis hombros. Era tarde y ya comenzaban a verse la estrellas en el firmamento. Acababa de hacerle a la señora Esther una última promesa: yo cuidaría de Sam y me alegraba el pensamiento de que la vieja señora no tendría que preocuparse mas por él y que se encontraría feliz, dondequiera que se encontrara. Comencé a silbar mientras Sam ronroneaba frotándose contra mis mejillas.
Ya no se veía triste; tal vez sólo necesitaba despedirse de su amiga para seguir con su vida...
Una dulce sensación recorría todo mi cuerpo al darme cuenta de que ninguno de nosotros, humanos o animales, nos separamos completamente al morir.Poco tiempo después, en el funeral de la vieja Esther pensaba en que esa aparente separación es lo que nos trata de engañar, pero Sam y yo sabíamos que eso, la separación  es solo una ilusión, un espejismo que a veces nos hace olvidarnos de lo más importante: nuestros seres amados, nuestros amigos, nuestras mascotas.
Ahora que soy adulto entiendo que el secreto de los recuerdos es el amor... y yo estoy cumpliendo con mi promesa, pues aunque solo es un pequeño gato, Sam es parte del legado  de Doña Esther.
Y cuando yo sea viejo quiero estar seguro de ser recordado.

                                                                        FIN

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